29.12.05

[De misantropía y otros asuntos menores]

Mi misantropías ha llegado a un grado tal que, como diría un bolero, "yo mismo me espanto de mi forma de odiar". Desde hace días, casi semanas (sólo salí a la cena de Navidad con mi soporífera familia), no he salido de mi casa, y he sido muy feliz: leo cuanto quiero, escucho la música que quiero al volumen que quiera, veo lo que quiero de la tele, escribo y hablo lárgamente por teléfono a mis más apreciados amigos, si no quiero no me baño y me quedo en pijama todo el día, chateo, escribo mails, los contesto, veo porno on line y, en fin, que la he pasado muy bien recluido en casa (salvo cuando llegan mis padres y hermano de sus jornadas laborales).

Sin embargo, hoy tuve que salir a una comida con un amigo que me pasó unos libros para un texto que estoy escribiendo y que tengo que entregar en las primeras horas del 2006. Si no hubiera sido por los libros desde luego no hubiera salido de mi cama. Desayuné, contesté algunos correos, leí algunas páginas de cierto libro que es casi la base de mi novela que empieza a tomar forma y salí para enfrentarme al mundo. Caminé dos cuadras, hasta el eje. Esperé el micro que venía a toda velocidad y, por lo mismo, no hizo parada. Esperé el siguiente que venía atestado: un calor infame exterior que propiciaba el interior lleno de cuerpos. Un joven leía, parado, el Zaratrusta en alguna edición popular, no sé como podía hacerlo entre tanta gente. Me bajé en Reforma para tomar el otro micro que me llevara hasta la Zona Rosa, no iba tan lleno pero tampoco había asiento para tomarlo; el joven lector y yo nos subimos al mismo micro: él cometió la hazaña de seguir leyendo de pié. En Garibaldi bajó alguna gente. Pude tomar asiento y fue entonces cuando saqué mi libro y mi pluma para ir subrayando; el microbusero, como suele decir la gente, iba hecho la mocha y parecía que traía reses. Llegué pronto a mi destino: miré el reloj y llevaba un retraso de 15 minutos, eran las 2:45 de la tarde.

Por fortuna, comimos en casa de mi amigo, evitando así el mundo exterior. Estaba allí, también otro amigo muy querido y el asistente de mi otro amigo. Comimos los cuatro, contando chismes y anécdotas de personas que conocemos y que, mutuamente, detestamos (¡Oh, si pudiera revelar los nombres!) Con mis expresiones misántropas ("Qué se mueran todos los amarillos--expresión despectiva para referirme a los orientales, salvo mis querido japoneses--con tifones, tsunamis, sida, gripe aviar, SARS, se ahogen de sobrepoblados o con sus ríos contaminados de metales pesados"), espanté al joven asistente de mi amigo de tan sólo 17 años. Después dramaticé sobre la proximidad de mi cuarto de siglo sobre la tierra: "Como diría una gran escritriz chilena: estoy vieja, dejada, sobajada, ultrajada". Eso acabó por espantar al muchachito, de quien envidié su edad.

Acabada la comida e ido el joven, nos aprestamos a buscar los libros en su magna biblioteca, sólo uno no aparecía. Mi amigo prometió buscarlo con más calma y dármelo, estaba en eso cuando, casualmente, lo encontré. Perfecto, ya tenía lo que quería ahora podía irme. Eran poco más de las 6 p.m. Pero no fue así, siguió la plática con nuestros respectivos cigarros. Ahora hablábamos de libros y de la película El mercader de Venecia que él vio justamente ayer. Mi tragedia favorita del gran dramaturgo inglés es Otelo, el otro veneciano de Shakespeare. Por lo que contó me dieron ganas de ir a verla, pero con tan sólo pensar que eso implicaría salir nuevamente de mi casa, desistí y ahora prefiero esperar a que la pasen por HBO o Movie city, que por eso pago esa mierda de televisión, joder.

Así hasta que dieron las 7 y mi amigo tenía que salir. Nos llevó--a mi otro amigo y a mí--hasta la estación más cercana del metro. Cuando vi aquel mundanal ruido de todas las personas que a esa hora--pico, por cierto--querían llegar a sus casas, a mi amigo se le ocurrió la grandiosa idea de ir a tomar un café juntos a lo cual no me negué, por supuesto. Fuimos a un apacible café de la Roma, a lado del negocio de otros amigos en común a quienes no encontramos. Entonces, a mi amigo se le ocurrió llamarles (desde su celular, porque yo no cargo con esas porquerías) y entonces pude saber que la fiesta que otros amigos en común ofrecían, según yo mañana, realmente era hoy. Trataron de convencernos para que fuéramos, a lo cual me resistí: no sólo no iría porque yo pensaba que era mañana--cuando tampoco asistiría porque en HBO Plus transmitirán el concierto en vivo desde Chicago de U2 que tengo que ver dado que no iré al Azteca en febrero y después del conciero sigue otro capítulo de QAF--si no porque los de la fiesta, que se dicen mis amigos, no fueron ni para hacer extensiva la invitación ni por una simple llamada telefónica ni por un pinchurriento mail. Así que, ya lo tenía decidido, no iría a ver las mismas caras, a drogarnos con lo mismo, a escuchar la misma música, a... en pocas palabras, perder el tiempo que no tengo.

Seguimos mi amigo y yo en el café, colgamos con los otros, sacó su Ipod (aparatos que yo no me permito) y escuchaba mi canción favorita de Bjork una y otra vez con el té de emperatriz o algo así, mientras mi amigo hojeaba los libros que él otro me había prestado, cuando, ¡maldición!, un conocido entró al mismo café y se acercó a saludarme. Si hay algo que deteste tanto en este mundo como la lluvia, es encontrarme a personas que no deseo en ese momento encontrarlas por la calle. Con mi ensimismamiento corté de tajo los saludos y se apartó a una mesa contigua. Desde que llegué al lugar me di cuenta de que había otra persona a la que conocía pero evité todo saludo, incluso cuando pasé a su lado para ir al baño. Acabada la canción entablé plática con mi amigo: le conté de mi novela, como iba a ser, lo que tengo pensado y planeado, las dificultades a las que me enfrento con respecto a lo que quiero hacer, después me contó una anécdota que utilizaré hacia el final de la novela.

Nos habíamos acabado el té así que pedimos la cuenta para irnos cuanto antes. Caminamos hacia el metro, ya no eran las mismas hordas de asalariados que iban hacia los boquetes del subterráneo a donde nosotros nos dirigíamos. Por fortuna el vagón en que subimos iba prácticamente sin gente. Seguíamos platicando de tonteras y cosas sin relevancia pero divertidas. En Pino Suárez me preguntó si quería ir a la fiesta, aún estábamos a tiempo, eran las 9:30 p.m., y podíamos bajar allí para transbordar a la línea azul y dirigirnos donde la fiesta, le contesté que no, de lo único de lo que tenía ganas era de volver a mi casa, a hacerme un té, ponerme mi pijama, leer y escribir--no estas líneas, esta idea surgió habiendo entrado al Intenet. Cuando llegué a la estación en que tenía que tranbordar me bajé, me despedí de mi amigo deseándole lo mejor para él y para los suyos en el 2006 (lugar común que he utilizado, explotado en demasía, los últimos días).

El otro metro también venía semi vacío. Me reconfortó el hecho. Caminé hasta mi casa--donde ahora me encuentro, con mi tasa de té a lado--a paso lento, casi arrastrando los piés, por lugares poco transitados esta noche evitando a la gente que se congrega en los numeosos puestos de tacos. Ahora estoy felizamente aquí a salvo, escribiendo, y desde donde todo lo humano me es ajeno.

26.12.05

[¿Qué festejan los católicos?]

Aque lla fatídica mañana había decidido ser católico romano por Roma, por Horacio y sus dos camaradas que, espada en mano, llevando cascos con cimeras y con brillo de valor indomable en la mirada, defendieron el puente sobre el Tíber de las hordas etruscas. Ahora, paso a paso, gracias a los otros chicos católicos, descubre qué es en realidad ser un católico. Los católicos nada tienen que ver con Roma. Los católicos ni siquiera han oído habalar de Horacio. Los católicos van a catequesis los viernes por la tarde; se confiesan; toman la comunión. Eso es lo que hacen los católicos.

J.M. Coetzee. Infancia.

24.12.05

[Lets talk about...music]

Hace días que escucho el mismo disco: el soundtrack de una de mis peís favoritas: Hedwig and the angry inch, regalo de la Jenny desde la mismísima Tj. Esto se debe a que, desde hace poco más de un mes, la Cerona tiene en su casa mi estuche (comprado en la Banana Republic del Embarcadero shopping center de SF) con todos mis discos favoritos. Entre los que recuerdo con especial añoranza están: el del concierto de Chavela Vargas donde interpreta esa magistral canción llamada "María tepozteca", el del concierto de Eugenia León en la sala Nezahualcóyotl de la UNAM, "Tangos", incluso el de Cesaria Evora, "Sao Vicente di longe". El de la Ely Guerra (no fui a su concierto porque estaba en Tj o iba regresando, ya ni sé, en mp3 sólo tengo "Peligro"), los de Bjork ("Big time sensuality", también la tengo en mp3 remezclada por Moby, pero no es lo mismo porque es my Bjork's favorite song, fuck!), y ah!, claro, los de U2 a quienes no iré a ver al Estadio Azteca porque mi pobreza es extrema (tanto que no compre el "How dismantle..." ni siquiera en pirata) y todo se me va en pagar la fucking tarjeta de crédito...

Y pos la Cerona no está en la ciudad, se fue a casar con el adorable Ehitel a Lima, pero ya en estos días regresa y espero verla y que me regrese mis discos!!!

Y, maldición, hace unas semanas rompí por descuido el disco de las canciones de las pelis de la Almorrana con la maravillosa Lola la grande cantando "Soy infeliz", Mysa Mataraso con "Ne me quitte pas" (la tengo en mp3 en versión salsa con Yuri Buenaventura, pero no es lo mismo) y La Lupe con "Puro teatro", entre muchas otras de culto kitsch.

Por su parte, mi padre tiene mis discos de Frank Sinatra, Omara Portuondo, el del Buena vista social club y creo que ya. O sea, no puedo escuchar esas canciones que son fundamentales en el drama de fin de año: "Lágrimas negras" y "20 años". Sobrevivo pues, con la Bowie, la Madonna (de sus Confessions... una latina niuyorka me envió por mp4 "How high", "New york" y "Hang up", de la cual mi compu sólo toca la última que está en mp3)y la ya mencionada loca, Hedwig ("Wicked little town" es un rolón). Bueno, creo que también por aquí debo tener el Casacanueces de Tchaikowski, al menos para estar a tono con la temporada...

14.12.05

[¿Cena navideña?]

Mi madre me preguntó que qué iba a cenar en Navidad ahora que he abandonado al gremio carnívoro. Después de hacer cara de extrañamiento (que no de estreñimiento), le dije que yo no tengo nada que festejar ese día y por lo tanto, la Navidad así como lo que vaya a cenar me importan un reverendo cacahuate.

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Jorge Volpi ya tiene blog (de una transnacional, pero blog al fin).

12.12.05

[¡Breaking news!]

Por las dos buenas noticias del día... merecido festejo con unas rayas, con estas líneas, y con las otras... ajúa!!!

8.12.05

{Pide que tu camino sea largo... muuuy largo}

No me he podido ir o, en su defecto, no he podido regresar. La verdad es que tampoco he querido pero ahora las cosas se han complicado, puesn. Primero desviaron el avi'on y fuimos al DF a estacionarlo por unas 7 u 8 horas... Llegue tarde a Tj y nadie me esperaba. Ciertamente el clima habia cambiado, hacia frio y llovia. Sigue haciendo frio, un buen, ayer fue el dia que bajo mas la temperatura. Pero ya no llueve.

La he pasado muy bien, con todos los cuates, riendonos, pisteando como dicen por aca, platicando no forzosamente de cosas literarias (tambien las banalidades cuentan), tirando carrilla, debrayando, bien tripeados puesn. Oh my gash! Pero hoy que ya estaba a punto de partir, llegue tarde al aeropuerto y ya habian cerrado el vuelo. Lo cambie y salgo manana mas temprano, a las 6 a.m. Y justo noche estuve tentado a cambiar el vuelo porque hay pari en la noche con la Jenny, celebramos que termino la carrera en la UCSD y que A. fue a hacer sus examenes en UCI y que la otra A. tiene menos trabajo, y que yo perdi el avion y... pretextos no faltan para las paris en Tj... Nunca crei decirlo pero ya no quiero mas alcohol en Tj: decir eso aqui es casi un sacrilegio, jejeje.

Yo no he pedido que mi camino sea largo, como diria Kavafis, pero asi se ha dado.

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Sorry, esta PC no tiene acentos.

1.12.05

{Pitol premio Cervantes de Literatura}

Después de la soporífera sesión de lectura de Vargas Llosa y Aitana Sánchez Gijón, anoche en el Teatro Diana, hoy nos despertamos y al llegar a la sala de prensa de l Fil, la noticia que circula es el premio Cervantes a Sergio Pitol (Puebla, 1933).

Hoy llega Martin Amis a la Fil, y más tarde se presentarán los libros de los poetas peruanos Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza. El día apenas comienza.