23.9.11

[Sobre librerías que cierran]

En 2005, la librería Oscar Wilde del Greenwich Village de Nueva York, especializada en libros de temática gay, anunció su cierre inminente. Por fortuna, de último minuto hubo un benefactor que la rescató… al menos por un tiempo: la Oscar Wilde cerró definitivamente en 2009. También para entonces había cerrado la única librería con libros en español en esa ciudad: la Lectorum, que estaba en la calle 14 oeste. Sólo la McNally Jackson, en el Soho, se ocupó un poco por ese mercado, con un dispar estante de literatura en español.

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18.9.11

[Sobre la biblioteca de José Luis Martínez]

Una vez en clase, Huberto Batis nos contó que, cuando quiso donar su biblioteca al Centro de Estudios Literarios, perteneciente al Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, lo mandaron de regreso con su generoso regalo: eran más de 25 mil libros y la biblioteca del Centro —del que Batis había sido director— no tenía capacidad para almacenarlos ni el personal para catalogar tanto material. Tantos libros, nos explicó Batis, fueron llegando a la redacción de sábado, el suplemento cultural de unomásuno, a lo largo de los casi 20 años que dirigió con gran tino una de las publicaciones culturales fundamentales de la segunda mitad del siglo XX mexicano. Y aunque el propio Batis había construido su casa de Tlalpan (otra anécdota contada en clase), en la que consideró un buen espacio para su biblioteca, eran tantos libros que en un arranque decidió donarlos, pero no contaba con la negativa que iba a encontrarse.

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14.9.11

[Librerías Gandhi en sus 40 años]

Librerías Gandhi cumple este junio 40 años de existencia. Hoy en día es, tal vez, la cadena de librerías más importante del país. El pequeño local que atendía un hombre, Mauricio Achar, en la avenida Miguel Ángel de Quevedo en los años setenta, ha crecido hasta tener varias sucursales que en la actualidad se encuentran a lo largo del país, todas con el mismo aire ascéptico de un hotel o un aeropuerto. Uno pensaría que las librerías deberían ser lugares donde uno se siente cómodo, un refugio al que no llega el mundanal ruido, y no estos grandes espacios blancuzcos que de inmediato recuerdan un centro comercial.

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12.9.11

[Esquizofrenia: entre lo alternativo, lo mainstream y lo cutre]


El programa Esquizofrenia, que se transmite los viernes en la noche con repetición los domingos después de la medianoche, nació en 2007 a partir de una convocatoria lanzada por el Canal 22 para productoras independientes y se ha consolidado como un espacio alternativo para los jóvenes a través de la música, no sólo en el canal sino a través de la redes sociales.


Si bien, como reconoce el productor de esta emisión, Gabriel Santander, al principio su estructura tardó en tomar forma, hoy en día es uno de los programas con mayor rating del canal. Uno de sus programas, por ejemplo, sobre el reggeaton alcanzó 3 puntos de rating y 18 puntos de share, “que para la televisión pública es demasiado”. Sin embargo, el rating, explica, son números abstractos, en cambio en las redes sociales, la réplica, el contacto con el público es más directo y más inmediato y gracias a ellas “reconocemos más a nuestros públicos”.

Esquizofrenia se ha consolidado principalmente en la periferia de la Ciudad de México y en la provincia, en esos públicos que no tienen acceso a MTV o VH1: “nos enorgullece mucho que Esquizofrenia sea más conocido en Ecatepec que en la Condesa”, bromea. Por eso su principal objetivo ha sido darle cabida lo mismo a los punks, los hipsters, los reggetoneros que a los poperos, los fans de Madonna o Lady Gaga, pero siempre con otro enfoque, un enfoque alternativo en el que no se fijarían las grandes televisoras.

Esa forma esquizofrénica de saltar de una cosa a otra, pero siempre con la música como hilo conductor, lo ha vuelto un programa vibrante, en palabras de Santander, en el que la pluralidad ha tenido cabida sin censura alguna: “Hemos trabajado con total libertad de expresión tanto con Volpi como en lo que va la administración de Irma Pía González”.

Junto con Zona D, otra de las barras de mayor rating de Canal 22, explica Santander, hacen una buena mancuerna los domingos en la noche, pues “independientemente de la orientación del público, la gente siente que hay diversidad, hay propuesta en el canal: es un espacio donde va a ver mucha cosa”. Por lo cual el equipo de producción ya está pensando en una repetición más del programa algún día de la semana.

Entre los programas que ya preparan para su quinta temporada que iniciará en septiembre están uno sobre lo tribal, en Matehuala, San Luis Potosí, “curiosamente al mismo tiempo que nosotros estábamos grabando estaba MTV de Inglaterra”; otro que llamarán “Música, poeta y Dylan”, sobre Bob Dylan por sus 70 años, pero también sobre Leonard Cohen, pues los dos músicos y poetas han recibido sucesivamente el premio Príncipe de Asturias, y pronto un programa especial sobre la recién fallecida Amy Winehouse.

Facebook: Esquizofrenia veintidós

Twitter: @esquizofrenia22

7.9.11

[Un noble hurto]

Un ladrón que robó un pan que llevarse a la boca, me explicó en alguna ocasión un abogado, es juzgado igual que aquel que asaltó un banco suizo, pues no se castiga por lo robado, sino por el hecho ilícito. Cuando se trata de libros, me parece que no hay que ser tan radical y el ladrón debería ser condonado de su pena (una pena más social que judicial, pues en realidad es un estigma). Una vez, un ahora examigo me dijo: “A ti sí te presto libros porque los devuelves”, y, en efecto, los devuelvo esperando que cuando yo presté alguno me los devuelvan; pero debo confesar que, al contrario de los prestados, he “tomado” —permítaseme el eufemismo— varios otros libros que nunca he regresado.


De entre todos los libros que he tomado, el primero que me viene a la mente es El hablador (1987), del recién nombrado premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. Vi un viejo ejemplar de una edición hecha por Planeta, en el único librero en casa de un gran amigo. No es, desde luego, una de las grandes novelas de Vargas Llosa, como sí lo son La ciudad y los perros o Conversación en La Catedral, pero desde la primera página no cabe duda del magistral impulso narrativo que posee el Nobel peruano.


Todo sucedió así: padezco un impulso natural por echar un vistazo a los libreros ajenos, así que mientras mi amigo hacía no sé qué cosa por la cocina o su habitación, yo me dediqué a observar su librero, ese libro de Vargas Llosa llamó mi atención, lo tomé, leí la contraportada, lo hojee y pude ver que no había sido “usado”, así que en un descuido, ¡zaz!, me lo embolsé, claro, luego de hacer una rápida evaluación en mi mente: “Si él no lo ha leído, no creo que la vaya a hacer pronto, además no es la mejor manera de entrar a la obra de Vargas Llosa y yo, que he leído otras de sus novelas, me hace falta leer esta”. Un par de semanas después de mi noble hurto, me enviaron de la editorial Alfaguara un ejemplar de la misma novela. ¿Qué hago con dos ejemplares del mismo libro?, pensé al tener la nueva edición en mis manos. Y luego de decidir que no necesito dos ejemplares del mismo libro: ¿Ahora de qué artimañas valerme para restituir el ejemplar en el librero de mi amigo?

*Texto publicado en un número de la revista Posdata dedicado a los "Cleptolectores".